La balanza comercial de productos con valor
agregado entre la Argentina y Brasil sigue inclinándose hacia el país
vecino. ¿Hay políticas públicas para revertir este escenario? ¿Es
posible un comercio estratégico si toda la región exporta lo mismo?
Agencia TSS - Cuando se habla de dependencia
económica, cultural o tecnológica con relación a la Argentina, se suele
pensar de forma refleja en relaciones de tipo norte-sur. Ahora bien,
¿existen relaciones de dependencia sur-sur? En el ámbito de la industria
y la tecnología, la respuesta parece ser afirmativa.
Históricamente, la Argentina ha dependido bastante del desarrollo
manufacturero brasileño. “Argentina es un país caracterizado por un
grado de dependencia tecnológica muy grande que, en los últimos 10 años,
lejos de haberse revertido, se profundizó”, sentencia en diálogo con TSS Martín Schorr, investigador del CONICET en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(FLASO). “El superávit comercial está sostenido básicamente por el
sector agropecuario, algunas agroindustrias y el sector minero. El resto
del entramado industrial es fuertemente deficitario”.
Del total de las exportaciones argentinas a Brasil en 2011, las
manufacturas de origen industrial (MOI) representaron un 67%. A primera
vista, no parece un mal número. Sin embargo, dentro de las MOI, solo el
6,7% corresponde a máquinas, aparatos y accesorios eléctricos, es decir,
bienes con mayor grado de desarrollo tecnológico. Por su parte, el
porcentaje de MOI que Argentina importó de Brasil el mismo año fue 87%;
dentro de ellas, el 18,5% eran máquinas, aparatos y accesorios
eléctricos.
De esta manera, en ambos casos, el déficit comercial se lo lleva la
Argentina, a pesar de que la situación en el país hermano tampoco es la
mejor. “Brasil viene perdiendo espacio en el resto del mundo en lo que
refiere a la exportación de bienes tecnológicos, pero en parte lo
compensó con exportaciones hacia el Mercosur. De hecho, el principal
destino de las exportaciones de ese tipo de productos es Argentina”,
afirma Eduardo Crespo, economista e investigador de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).
Si se observa el intercambio en general, ya no solo con Brasil, el
saldo también es negativo. En el área de electrónica, por ejemplo, el
déficit en la balanza de pagos en 2003 fue de 1900 millones de dólares,
mientras que en 2011 trepó a 8000 millones de dólares. Al respecto, el
economista Alejandro Fiorito, investigador de la Universidad Nacional de Luján (UNLu), explica: “El ingreso de China al mercado mundial disparó todos los precios de nuestros commodities. Brasil también bajó su participación en MOI, pasó del 83% en 2000, al 72% en 2008. Toda la región empezó a exportar más commodities y menos industria”.
La situación internacional favorable para la exportación de productos
primarios y manufacturas de origen agropecuario (MOA) vuelve a poner en
escena el eterno debate sobre si la Argentina opta por un modelo
económico neoliberal o desarrollista. “Los recursos naturales son una
bendición porque ingresan dólares, pero se vuelven una maldición desde
el punto de vista de la posibilidad de un desarrollo industrial”,
sostiene Schorr. “En la última década, hubo muy pocas políticas públicas
para redefinir el perfil de especialización exportadora. Sigue primando
una concepción neoliberal”.
Como contrapunto, el investigador de FLACSO hace hincapié en el
beneficio político de desarrollar y exportar MOI: “Cada espacio que la
industria nacional no ocupa, lo ocupa el producto importado. Y cada
espacio que ocupa el importado, es un dólar más que el gobierno tiene
que ‘pedirle’ al campo. Desarmar eso desde el punto de vista industrial
es muy importante, pero también lo es desde el punto de vista político,
porque si logra ocupar ese espacio, el campo va a tener menos capacidad
de daño sobre las decisiones políticas”.
Tan parecidos, tan diferentes
La Argentina experimentó dos grandes olas de desindustrialización que
derivaron en la crisis de 2001. Primero, como resultado de la dictadura
del ´76; luego, con el plan de convertibilidad en los años noventa. A
comienzos del siglo XXI, el país comenzó un proceso de recuperación y
crecimiento. “En los últimos diez años, Argentina creció el doble que
Brasil, aprovechando los mejores precios de los commodities para impulsar la demanda”, remarca Fiorito.
Por su parte, Schorr cuestiona: “Acá hubo mucho discurso a favor de
la industria, pero es muy poco lo que se ha hecho. La poca política de
articulación termina consolidada alrededor de las empresas más
importantes y muchos instrumentos para promover a las pymes son diseños
de escritorio de gente que no conoce su realidad”.
La historia de Brasil es otra. Entre 1930 y 1980 fue el segundo país
que más creció en el mundo, en términos per cápita. Allí, a diferencia
de la Argentina, hubo una dictadura que presentó componentes
desarrollistas. Sin embargo, también culminó en endeudamiento e
hiperinflación a fines de los años ochenta y dio inicio a un período
neoliberal. Más tarde, con Lula, la industria llegó a crecer a más del
10% anual. Sin embargo, Dilma propuso combatir la inflación con una
fuerte suba de las tasas de interés y un ajuste de las inversiones
públicas. En 2011, la economía brasilera pasó de crecer un 7% al 2%,
mientras que el año pasado apenas llegó al 0,8%.
“El Partido de los Trabajadores (PT), así como muchos gobiernos y
partidos de raigambre popular en América Latina, aún no logró unir lo
mejor del desarrollismo con las políticas sociales y de distribución del
ingreso. El país no se industrializa, no hay políticas de desarrollo
agresivas y a la larga, creo, no se puede avanzar demasiado sin
desarrollar las fuerzas productivas”, plantea Crespo.
Hoy, aquel Brasil industrial es el segundo exportador mundial de
alimentos. Sin embargo, “a pesar de todo el desmantelamiento, la
desindustrialización y la reprimarización de la última década, la
estructura industrial brasilera sigue siendo sólida comparada con la
nuestra”, dice el investigador de FLACSO, aunque aclara que en el país
limítrofe también hay un marcado déficit en el desarrollo de componentes
tecnológicos complejos. “Imaginate lo que le queda a países como
Argentina, que desde el punto de vista industrial siempre fue el furgón
de cola de la locomotora brasileña”, enfatiza.
Integr.ar o no integr.ar, esa es la cuestión
Un factor clave en la lucha contra la dependencia tecnológica es la
búsqueda de un comercio estratégico entre Argentina y Brasil, y dentro
del Mercosur en general. “Se necesitan políticas especiales de
cooperación que tiendan hacia un keynesianismo regional, donde el país
más grande, que a lo largo de los años ha sido Brasil, crezca y compense
al resto con líneas de financiamiento o comprándoles productos
manufacturados”, propone Fiorito. “Pero es difícil integrar si todos
estamos compitiendo para exportar lo mismo. Además, Brasil ya no es
locomotora de nada”.
La situación en el país vecino llevó a que la sociedad saliera a las
calles masivamente, en reclamo por el abandono estatal en áreas como la
salud, la educación y la infraestructura colapsada de las ciudades. Una
olla a presión que se destapó a causa de los grandes montos utilizados
para el Mundial 2014 y las Olimpíadas 2016. Sin embargo, Brasil sigue
sin políticas que muestren deseos de integrar.
“Las opiniones están divididas. Los sectores más liberales, como el
Partido de la Social Democracia Brasileña, promueven una política más
dirigida a los acuerdos de libre comercio. Con Lula, por el contrario,
se buscó promover una aproximación con la región y con mercados no
tradicionales, como los africanos. Dilma, como en todas las cosas, está a
medio camino y no va ni para un lado ni para el otro”, describe Crespo.
Por su parte, el investigador de la UNLu comenta: “Desde Argentina,
se insiste en la cooperación, pero se espera una relación asimétrica”.
Para Schorr, en tanto, “el único que tenía claro cuál podía ser el lugar
de América Latina en el comercio mundial era Chávez, que decía que
nosotros tenemos que estar juntos en un doble aspecto: para negociar con
el mundo y para generar espacios de complementación productiva”.
Asimismo, la integración fragmentada se profundiza si se toma en cuenta
que casi todos los países de la cordillera tienen tratado de libre
comercio con Estados Unidos.
“Soy bastante pesimista con respecto a los logros efectivos a nivel
tecnológico y a la protección conjunta de intereses. Soy más optimista
en cuanto a las posibilidades nacionales que tenemos, pero la
integración regional sería mejor, para producir a gran escala y atraer
inversiones de punta”, asevera Fiorito. Según el economista, para
planificar a largo plazo una sustitución de importaciones, falta definir
una matriz de insumo-producto que permita determinar el costo real de
la sustitución en dólares. “Si decidís no importar más un producto y
hacerlo acá, vas a tener que comprar insumos que antes no importabas.
Esos son costos indirectos que solo tenés al hacer una matriz”,
finaliza.
Fonte: UNSAM
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